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"Estábamos sentados junto a la mesa. No hacíamos nada, ni
siquiera hablábamos. Estábamos tristes, pero era una tristeza dulce, casi una
paz. Ella me estaba mirando y de pronto movió los labios para decir dos
palabras. Dijo ‘te quiero’. Entonces me di cuenta que era la primera vez que me
lo decía. Entonces sentí una tremenda opresión en el pecho, una opresión en la
que no parecía estar afectado ningún órgano físico, pero era casi asfixiante,
insoportable. Ahí en el pecho, cerca de la garganta, ahí debe estar el alma,
hecha un ovillo. ‘Hasta ahora no te lo había dicho’, murmuró, ‘no porque no te
quisiera, sino porque ignoraba porque te quería. Ahora lo sé’. Pude respirar.
Siempre puedo respirar cuando alguien explica las cosas. El deleite frente al
misterio, el goce frente a lo inesperado, son sensaciones que a veces mis
módicas fuerzas no soportan. Menos mal que alguien explica siempre las cosas.
‘Ahora lo sé. No te quiero por tu cara, ni por tus años, ni por tus palabras,
ni por tus intenciones. Te quiero porque estás hecho de buena madera’. Nadie me
había dedicado jamás un juicio tan conmovedor, tan sencillo, tan vivificante.
Quiero creer que es cierto, quiero creer que estoy hecho de buena madera. Quizá
ese momento haya sido excepcional, pero de todos modos me sentí vivir. Esa
opresión en el pecho significa vivir."