lunes, 20 de agosto de 2012

domingo, 12 de agosto de 2012

La tregua


"Estábamos sentados junto a la mesa. No hacíamos nada, ni siquiera hablábamos. Estábamos tristes, pero era una tristeza dulce, casi una paz. Ella me estaba mirando y de pronto movió los labios para decir dos palabras. Dijo ‘te quiero’. Entonces me di cuenta que era la primera vez que me lo decía. Entonces sentí una tremenda opresión en el pecho, una opresión en la que no parecía estar afectado ningún órgano físico, pero era casi asfixiante, insoportable. Ahí en el pecho, cerca de la garganta, ahí debe estar el alma, hecha un ovillo. ‘Hasta ahora no te lo había dicho’, murmuró, ‘no porque no te quisiera, sino porque ignoraba porque te quería. Ahora lo sé’. Pude respirar. Siempre puedo respirar cuando alguien explica las cosas. El deleite frente al misterio, el goce frente a lo inesperado, son sensaciones que a veces mis módicas fuerzas no soportan. Menos mal que alguien explica siempre las cosas. ‘Ahora lo sé. No te quiero por tu cara, ni por tus años, ni por tus palabras, ni por tus intenciones. Te quiero porque estás hecho de buena madera’. Nadie me había dedicado jamás un juicio tan conmovedor, tan sencillo, tan vivificante. Quiero creer que es cierto, quiero creer que estoy hecho de buena madera. Quizá ese momento haya sido excepcional, pero de todos modos me sentí vivir. Esa opresión en el pecho significa vivir."

viernes, 10 de agosto de 2012

Confesiones


Que si el barco se hundiera... tú serías el capitán. Tenía planeado escribir cuentos con nuestra historia que no fue; la Luna te la iba a bajar todas las noches o, por el contrario, te subiría yo a ella. Nos sentaríamos en unos de sus gigantescos cráteres y observaríamos la atmósfera del planeta Azul del que huíamos. Te iba a curar las heridas, poco a poco, con canciones, palabras y susurros de media noche. Saldrías reparado del pasado que te rompió el corazón y yo con un poco del hilo que nos unía cosería los pedacitos que quedaron en el suelo de la habitación. Y el colchón hubiese salido todas las noches para contemplar las constelaciones y los domingos astrománticos se alargarían para tapar todas las semanas. Y pelearíamos con almohadas repletas de plumas que escaparían a cada rincón y sentiría lugares de mi cuerpo que jamás pensé que existían. Y en cada hoja en blanco escribiría tu nombre, tu inicial o el título de tu canción preferida y los convertiría en aviones de papel, nosotros nos encogeríamos y volaríamos por el mundo. Sin prisas, sin preocupaciones, sin daños. Y cada día, antes de dormir, te escribiría un poema en tu espalda y buscaríamos estaño para soldarnos y fundirnos y amanecer siameses y quedarnos así. Así, así… Pero te fuiste.”