domingo, 23 de mayo de 2010

Sin que tú me mires

No cierro el tapón de la bañera porqué se que te daba rabia y porqué es una tontería eso de que salen cucarachas por ahí. La he tomado con tu cepillo de dientes y lo he rebajado a la condición de escobilla. Conquisto tu lado de la cama con la falsa recompensa de creerme que tampoco has dejado un vacío tan grande. Me saco el corazón, lo pongo en la mesa e intento convencerlo de que me haga caso, pero me mira altanero y me escupe que ya no soy su dueña, y masculla por lo bajo que no he estado muy fina eligiendo. Me lo vuelvo a meter de un suspiro y se me atasca en la garganta. Me encomiendo a mi cabal cabecita, pero es una señorita tan estúpida sabelotodo que tampoco la soporto, así que la mando a paseo con sus agotadores consejos de manual. Y hablando de paseos, ahora me sobra una mano cuando deambulo por las calles. Siempre vuelvo a casa por el camino que me enseñaste, aunque sea más aburrido. Tic, tac, tic, tac, escucho el reloj que llevo dentro, el que cuenta mis horas desiertas. Me registro para asegurarme que sigo entera, pero me asalta el presentimiento de que he debido dejarme en algún rinconcito tuyo. Me repito que ya no me quieres, y cuando oigo esa vocecita que me insinúa que no es verdad, la mando a callar. Cuento los días de dos en dos, a ver si llega antes la mañana en la que no me duelas. Excepto maniatar a la tristeza, sigo haciendo más o menos las mismas cosas de antes, pero sin que tú me mires.
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