domingo, 6 de junio de 2010

Empezar a asimilar lo raro que es todo si no estás

Salió precipitadamente de aquellas cuatro paredes en las que se había cansado de encerrar sus sueños. Necesitaba que los últimos rayos de Sol golpearan su rostro. Mientras paseaba por la orilla de aquel río cuyo nivel de agua había bajado notablemente por la escasez de lluvia, dibujaba corazones con las nubes y tarareaba su canción favorita. Imaginaba que él estaba a su lado y le resultaba más fácil sonreír. El viento acaribia su pelo, provocándole rabia. Volaba cometas de ilusión, para que se fuesen solas, por sí mismas, y nadie las dejase marchar en su lugar. Alimentaba su corazón con pequeños trozos de recuerdos. Hablaba con las estrellas, que empezaban a aparecer. Y contaba sus más íntimos secretos a la Luna, porque le inspiraba confianza. Cuando quiso darse cuenta, ya había llegado a la casa de él. Y, como todos los días, lo había visto irse a la parada del autobús. El largo y solitario camino de vuelta [y el de ida] valía la pena porque le había visto. Se había encontrado con sus ojos, y a partir de ahí todo volvía a tener color. Quererle en secreto se había convertido en su rutina.

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